martes, 15 de noviembre de 2016

Mi historia de vida

       Acá les dejo un breve cuento que he escrito. El mismo trata de una persona que vivió la crisis de le dictadura militar (cabe aclarar que el personaje y la historia, son inventados).

              Yo soy Jorge López, tengo 60 años y sobreviví  a la terrible realidad de los centros clandestinos en la época de la dictadura militar, con tan solo 21 años viví el horror en carne propia.
            Así comienza la historia que protagonicé, sin quererlo, sin desearlo. El protagonismo de esta historia nefasta lo obtuve por las bestias que llegaron al poder en mi país. Todo era muy estricto y  era frecuente escuchar tiroteos en las calles silenciosas de mi ciudad. La falta de libertades y la vulneración de derechos eran moneda corriente pero mucho no podíamos hacer para cambiar las cosas.
            Esa tarde en que salí de mi casa rumbo a la facultad, iba con un grupo de amigos, charlando de la realidad que vivíamos y de los planes futuros, cuando fuimos interceptados por un grupo comando. Inmediatamente, nos trasladaron a un lugar desconocido para nosotros pero que con el correr de los días supimos que se trataba de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
            Hoy, a 40 años del golpe militar más nefasto, la verdad es que ya no me acuerdo la fecha en que nos secuestraron, pero sí recuerdo patente que era un día bello e íbamos riéndonos con mis amigos.
            Cuando me pongo a pensar las causas de mi detención se viene a mi mente mi aspecto ya que tenía el pelo largo hasta los codos y también mi militancia en el centro de estudiantes de la facultad. Eran las 15:00, yo entraba a la universidad alrededor de las 15:45. Como vivía lejos y mi familia no tenía los recursos suficientes para pagar un taxi, un colectivo o comprarme un medio de transporte; me manejaba por mis “propios medios” caminando. Íbamos muy tranquilamente por las calles y, de un segundo para el otro sentí que no estaba más en este mundo, sentí como el tiempo pasaba cada vez más lento y en verdad pasó; me pasó lo que todos temían: ser secuestrado.
            Desde el momento de mi detención mi vida cambió, yo era muy tímido pero siempre fui simpático. Cuando me subieron al camión, sólo sé que habían varias personas, el resto no recuerdo porque al sentarme en el piso me desmayé. En el transcurso del viaje no hablamos casi nada, todos estábamos muertos de miedo, ahí sentados yendo a un lugar desconocido.
            Después de tres horas y media de viaje llegamos a lo que durante los próximos meses sería nuestro mundo. Cuando nos bajaron del camión yo no entendía nada, simplemente éramos un grupo de  jóvenes  que no sabíamos dónde nos encontrábamos. Inmediatamente, nos dividieron por sexos, las mujeres por un lado y los hombres por otro. Recuerdo que caminamos varios metros y  entramos a una habitación de gran tamaño que tenía simplemente camas, allí pasábamos prácticamente todo el tiempo.
            Con el paso de los días nuestras necesidades se fueron adaptando a la situación en que nos encontrábamos y fuimos entendiendo de qué se trataba esto. En el tiempo que pasaba en el cuarto, un lugar tranquilo y de debate, conseguí tener una amistad muy estrecha con un chico  que me sirvió de apoyo para sobrellevar esta situación (cabe aclarar que sin conocerlo nos complementamos muy bien). A este hombre del que ni siquiera sabía su nombre lo pude llamar muy rápidamente  “amigo” ya que ante tanta falta de afecto, necesitábamos poder confiar en alguien.
            Dentro de nuestra habitación éramos 7 hombres de entre 19 y 30 años, no tenía mucha relación con los otros porque vivían asustados, entonces por miedo, simplemente no hablaban. El único que me cayó bien fue mi amigo, Tomás, así se llamaba.
            Cada vez que volvíamos de los interminables interrogatorios a los que éramos sometidos, nos acostábamos a descansar sin cruzar ninguna palabra con nadie. En esa instancia tan agotadora no podía hablar con mi amigo porque él dormía y yo estaba exhausto, entonces, me dedicaba a escuchar tras las paredes lo que hablaban otros hombres pegados a nuestra habitación. Una de las cosas que escuché, que me pareció muy importante y se transformó en mi misión desde ese día,  fue tratar de contactarme con mi familia. Además de sobrevivir, otro de mis intereses era pensar cómo hacer para que mis padres supieran que estaba vivo, resistiendo.
            Uno de los días siguientes, no recuerdo exactamente cuándo, tuve la posibilidad de hablar con el grupo de muchachos pegados a mi habitación. Ellos se notaban un poco nerviosos, como que no querían hablar sobre ellos por miedo a que murieran; yo les pude explicar que era un chico bueno que venía de una familia humilde y mi apellido era López. Así sin darme cuenta fue como empecé a brindar datos sobre mi familia. Entre el grupo de hombres estaba el hermano de Manuel, mi amigo de la infancia, al cual yo no conocía.  Pude relacionarme más con él, aunque era muy reservado. Pero un día, dejé de verlo y entendí que se lo habían llevado a otro lugar o, lo más probable, lo habían asesinado.
            Desde que desapareció Manuel, cada vez que llegaba a mi habitación marcaba con una rayita los días que pasaban, así pude saber que desde el día en que dejé de verlo habían transcurrido 5 meses.
            Los días seguían rutinarios, nada para hacer, sólo resistir ante tanto maltrato y desprecio. Éramos pocos los que quedábamos y comencé a hacerme preguntas: ¿Dónde habrían ido? ¿Qué habían hecho con ellos? Era un día nublado y lluvioso, estaba tirado en mi cama y recuerdo escuchar a uno de los guardias llamarme por mi nombre: “¡Jorge López!”. Caminé por el largo pasillo helado y el trayecto hasta la puerta se hizo eterno, fue como si hubiera transcurrido toda una vida en tan solo un minuto, que fue lo que tardé en llegar a la oficina. Con mucho miedo y pocas fuerzas, me esforcé para abrir la puerta de madera antigua de 2 metros de alto, sin saber lo que iba a encontrar detrás de ella. Lo último que imaginé ver fueron las caras de alegría de mi padre y mi madre avanzando hacia mí para estrecharnos en un interminable abrazo. Salimos de ahí sin hablar y sin ninguna explicación, rápidamente recorrimos otro pasillo y pude volver a sentir el aroma de la libertad después de muchos meses de encierro y horror.
            En el camino hacia mi hogar iba observando la hermosura del paisaje y los maravillosos colores de la vida, no podía creer lo que mis ojos veían ¡Estaba vivo y en libertad!
            Sin preguntar, mis padres me contaron que me pudieron localizar  después de un larga búsqueda y gracias a Manuel, quien había sido liberado un mes atrás.
Hoy estoy acá escribiendo y resumiendo mi larga y, si se podría decir, linda historia. Digo linda porque después de mucho tiempo pude reencontrarme con lo que más quiero en la vida, mi familia. Y también fue única esa experiencia, ya que los sentimientos que vivimos los que fuimos allí no los puede sentir nadie más en este pequeño mundo.

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