Yo soy Jorge López, tengo 60 años y sobreviví a la terrible realidad de los centros
clandestinos en la época de la dictadura militar, con tan solo 21 años viví el
horror en carne propia.
Así comienza la historia que
protagonicé, sin quererlo, sin desearlo. El protagonismo de esta historia
nefasta lo obtuve por las bestias que llegaron al poder en mi país. Todo era
muy estricto y era frecuente escuchar tiroteos
en las calles silenciosas de mi ciudad. La falta de libertades y la vulneración
de derechos eran moneda corriente pero mucho no podíamos hacer para cambiar las
cosas.
Esa tarde en que salí
de mi casa rumbo a la facultad, iba con un grupo de amigos, charlando de la
realidad que vivíamos y de los planes futuros, cuando fuimos interceptados por
un grupo comando. Inmediatamente, nos trasladaron a un lugar desconocido para
nosotros pero que con el correr de los días supimos que se trataba de la
Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
Hoy, a 40 años del golpe militar más nefasto, la verdad es
que ya no me acuerdo la fecha en que nos secuestraron, pero sí recuerdo patente
que era un día bello e íbamos riéndonos con mis amigos.
Cuando me pongo a
pensar las causas de mi detención se viene a mi mente mi aspecto ya que tenía
el pelo largo hasta los codos y también mi militancia en el centro de
estudiantes de la facultad. Eran las 15:00, yo entraba a la universidad
alrededor de las 15:45. Como vivía lejos y mi familia no tenía los recursos
suficientes para pagar un taxi, un colectivo o comprarme un medio de transporte;
me manejaba por mis “propios medios” caminando. Íbamos muy tranquilamente por
las calles y, de un segundo para el otro sentí que no estaba más en este mundo,
sentí como el tiempo pasaba cada vez más lento y en verdad pasó; me pasó lo que
todos temían: ser secuestrado.
Desde el momento de mi
detención mi vida cambió, yo era muy tímido pero siempre fui simpático. Cuando
me subieron al camión, sólo sé que habían varias personas, el resto no recuerdo
porque al sentarme en el piso me desmayé. En el transcurso del viaje no
hablamos casi nada, todos estábamos muertos de miedo, ahí sentados yendo a un
lugar desconocido.
Después de tres horas
y media de viaje llegamos a lo que durante los próximos meses sería nuestro
mundo. Cuando nos bajaron del camión yo no entendía nada, simplemente éramos un
grupo de jóvenes que no sabíamos dónde nos encontrábamos. Inmediatamente,
nos dividieron por sexos, las mujeres por un lado y los hombres por otro. Recuerdo
que caminamos varios metros y entramos a
una habitación de gran tamaño que tenía simplemente camas, allí pasábamos prácticamente
todo el tiempo.
Con el paso de los
días nuestras necesidades se fueron adaptando a la situación en que nos
encontrábamos y fuimos entendiendo de qué se trataba esto. En el tiempo que pasaba
en el cuarto, un lugar tranquilo y de debate, conseguí tener una amistad muy
estrecha con un chico que me sirvió de
apoyo para sobrellevar esta situación (cabe aclarar que sin conocerlo nos complementamos
muy bien). A este hombre del que ni siquiera sabía su nombre lo pude llamar muy
rápidamente “amigo” ya que ante tanta
falta de afecto, necesitábamos poder confiar en alguien.
Dentro de nuestra habitación éramos 7 hombres de entre 19 y
30 años, no tenía mucha relación con los otros porque vivían asustados,
entonces por miedo, simplemente no hablaban. El único que me cayó bien fue mi
amigo, Tomás, así se llamaba.
Cada vez que
volvíamos de los interminables interrogatorios a los que éramos sometidos, nos
acostábamos a descansar sin cruzar ninguna palabra con nadie. En esa instancia
tan agotadora no podía hablar con mi amigo porque él dormía y yo estaba exhausto,
entonces, me dedicaba a escuchar tras las paredes lo que hablaban otros hombres
pegados a nuestra habitación. Una de las cosas que escuché, que me pareció muy
importante y se transformó en mi misión desde ese día, fue tratar de contactarme con mi familia.
Además de sobrevivir, otro de mis intereses era pensar cómo hacer para que mis
padres supieran que estaba vivo, resistiendo.
Uno de los días
siguientes, no recuerdo exactamente cuándo, tuve la posibilidad de hablar con
el grupo de muchachos pegados a mi habitación. Ellos se notaban un poco
nerviosos, como que no querían hablar sobre ellos por miedo a que murieran; yo
les pude explicar que era un chico bueno que venía de una familia humilde y mi
apellido era López. Así sin darme cuenta fue como empecé a brindar datos sobre
mi familia. Entre el grupo de hombres estaba el hermano de Manuel, mi amigo de
la infancia, al cual yo no conocía. Pude
relacionarme más con él, aunque era muy reservado. Pero un día, dejé de verlo y
entendí que se lo habían llevado a otro lugar o, lo más probable, lo habían
asesinado.
Desde que desapareció
Manuel, cada vez que llegaba a mi habitación marcaba con una rayita los días que
pasaban, así pude saber que desde el día en que dejé de verlo habían transcurrido
5 meses.
Los días seguían
rutinarios, nada para hacer, sólo resistir ante tanto maltrato y desprecio. Éramos
pocos los que quedábamos y comencé a hacerme preguntas: ¿Dónde habrían ido? ¿Qué
habían hecho con ellos? Era un día nublado y lluvioso, estaba tirado en mi cama
y recuerdo escuchar a uno de los guardias llamarme por mi nombre: “¡Jorge
López!”. Caminé por el largo pasillo helado y el trayecto hasta la puerta se
hizo eterno, fue como si hubiera transcurrido toda una vida en tan solo un
minuto, que fue lo que tardé en llegar a la oficina. Con mucho miedo y pocas
fuerzas, me esforcé para abrir la puerta de madera antigua de 2 metros de alto,
sin saber lo que iba a encontrar detrás de ella. Lo último que imaginé ver
fueron las caras de alegría de mi padre y mi madre avanzando hacia mí para
estrecharnos en un interminable abrazo. Salimos de ahí sin hablar y sin ninguna
explicación, rápidamente recorrimos otro pasillo y pude volver a sentir el
aroma de la libertad después de muchos meses de encierro y horror.
En el camino hacia mi
hogar iba observando la hermosura del paisaje y los maravillosos colores de la
vida, no podía creer lo que mis ojos veían ¡Estaba vivo y en libertad!
Sin preguntar, mis
padres me contaron que me pudieron localizar después de un larga búsqueda y gracias a
Manuel, quien había sido liberado un mes atrás.
Hoy estoy acá escribiendo y resumiendo mi larga y, si se podría decir,
linda historia. Digo linda porque después de mucho tiempo pude reencontrarme
con lo que más quiero en la vida, mi familia. Y también fue única esa
experiencia, ya que los sentimientos que vivimos los que fuimos allí no los
puede sentir nadie más en este pequeño mundo.
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